12 may 2008

concepto de magia blanca

Érase una vez, una princesita de belleza rara y poco apreciada, la mediana entre tres hermanas y la consentida de su padre, el Rey, ilustre caballero y uno de los más diestros con la espada. Su madre, la dama más sensata del reino, había criado a sus hijas con excelente pureza y a la vez inteligencia.

Nuestra princesita, era más bien callada y con solo doce añitos, pasaba sus tardes leyendo y conversando con su criada favorita, una señora ya de edad avanzada que le enseñaba tradiciones y modales. En una ocasión, la princesita encontró un antiguo libro en la torre más alta del palacio; el libro contenía una serie de hechizos de amor, de los que se realizan con magia blanca, la criada la aconsejó bien y la obligó a entregarle el libro por un tiempo, hasta que estuviera bien madura.

Pasaron cuatro cortos años y la princesita creció bien y hermosa, sus padres pensaban ya en casarla, pero ella se escapaba con excusa de estar esperando al príncipe ideal; el que ella ya tenía en mente. Era el caballero más destacado de su edad, bello y adorado por todos y todas, tenía ascendencia principesca y su amabilidad y gallardía no eran menos hermosas que su resplandeciente rostro. La princesita lo pretendía en secreto hace años, pero era muy tímida y su caballero era ajeno al amor. ¡Nuestra princesita sólo se sentía sola!

Paseando por el pueblo un día observó como un varón paseaba del brazo con una dama de alto linaje ¡Qué celosa se sintió!. Quería tener un brazo fuerte del que caminar abrazada; quería un príncipe al que aferrarse cuando los tiempos se pusieran fríos.

Quería sólo tener una compañía; quería sólo sentirse amada incondicionalmente.

La princesita se dirigía a la panadería más fina del reino, a la que su padre donaba siempre grades cantidades de harina y granos.

Una multitud se encontraba fuera de la panadería. La princesita era alta y miró por sobre los hombros de las personas; el panadero echaba de su panadería a un joven que ella conocía, era un amigo, así que fue en su ayuda.

- ¿Qué pasa, señor panadero? ¿Con qué razones trata de ésta forma al joven Gastón, amigo fiel del rey y de sus hijas y futuro varón del reino?

- Princesita, princesita, debe usted saber que éste joven irrespetuoso ha tratado de robarme el panpepati que esta mañana he hecho con tanto esfuerzo. Si está interesada en éste joven, lléveselo de aquí, porque me ha ofendido.

La princesita se llevó a Gastón y caminando hacia el palacio el joven le habló de sus razones:

- La reina, su madre, me ha reprendido seriamente por dejar a los caballos reales fuera de su corral ésta tarde y para reivindicarme me ha ordenado traer de la panadería el dulce más exquisito que pudiera encontrar para la cena de hoy. Sepa usted que mi padre ha fallecido y sin mi madre desde mi nacimiento, no tengo dinero, teniendo que vivir yo de la amabilidad de la mayoría de los nobles. Al verme desesperado por cumplir el mandato de la reina, traté de robar el dulce y fresco panpepati que el panadero había recién preparado, pero fui visto por él y enseguida me golpeó duramente sacándome a la calle y humillándome públicamente. A fuerza de esto me iré hoy del reino, princesita, a un reino en que la gente no me vea como a un ladrón y un sinvergüenza.

La princesita lo vio hablando con tanta sinceridad que se enamoró de él y lo obligó a quedarse alojado en una humilde casa abandonada cerca del palacio.

Alto y delgado, bello y moreno era don Gastón. En verdad similar a aquél caballero lejano que encantaba a nuestra princesita. La princesita tenía miedo de que su nuevo amor no gustara de ella así que pidió aquel viejo libro a su criada. Revisó los encantamientos que escritos estaban y enamorada, realizó el primero de la lista, para que don Gastón, huérfano y solo, se enamorara perdidamente de ella.

Don Gastón, con sólo quince años, se despertó de un sueño profundo y placentero; se había enamorado de la princesita de rara belleza que cada día le llevaba de comer a su solitario lecho. Al verla en la tarde, el tierno joven le habló de su amor.

- Princesita, princesita de mis sueños. Al despertar ésta mañana y recordar su rostro, he caído en una eterna alegría y en un sueño de amor. Sé que en mí no hay un buen partido, aunque de la nobleza yo provenga. Sé que un año menor que usted soy y sé que nunca me miró a mi cuando hablaba con sus hermanas de amor, pero también sé que si usted me amara, el Sol saldría de noche, solo para vernos enamorados e iluminar cada beso que puedan nuestros labios compartir. Eternamente mi alma usted tendría, pues hasta el día en que muera yo la amaría.

La princesita embelesada, pues nunca había escuchado palabras de amor, prometió amarlo, sin pensar en consecuencias; sin pensar que fue todo obra de la hechicería. Sus labios se unieron en un beso que pareció durar un segundo, aunque según las hadas fue eterno. Por primera vez la princesita sintió lo que es ser estrechada en un abrazo tierno y apasionado y sin siquiera darse cuenta del tiempo, se entregaron el uno a el otro.

Semanas alegres pasaron y vivieron los amantes. Los reyes no conocían ésta relación, sino que creían que su hija había encontrado, por fin, un amigo.

Un año pasó y los reyes consintieron que era hora de casar a su segunda hija. Ante la negación de la princesita, los reyes recurrieron a las hermanas para conocer sobre sus gustos.

El primer lunes del verano, se celebró un banquete con motivo del compromiso de la segunda hija del Rey.

Bien preparados sus padres presentaron novio a su hija; nada mas ni nada menos, que el ajeno caballero, ganador de tantas batallas y el mejor jinete del reino.

La princesita vivía un sueño agridulce: su amor eterno ¡Por fin! Su hermoso caballero, alto y gallardo, era suyo. Don Gastón, su amante, sentado a la izquierda de su hermana pequeña, lloraba para sus adentros; nada podía hacer contra la situación. Luego de felicitar a los novios, partió a su escondite, donde se lamentó.

- Hermosa princesa, tortuosa vida ¿Qué crimen cometí para merecer tu rencor? ¿Qué puedo imaginar peor que ver a mi amada, a mi dulce princesa, partir lejos de mis brazos? ¿Cómo podría yo olvidar a la que juré amar hasta la muerte, hasta más allá de las estrellas?. Yo, que la conozco y amo mejor que nadie; que conozco su cuerpo y su alma mejor que nadie; yo, el que moriría por ella una y mil veces. El que morirá por ella hoy, ésta noche, o cuando el tiempo lo permita...

La princesita, como paralizada, solo acataba. Tendría una vida feliz.

Esa noche, la Luna empujó al Sol a salir en su horario para consolar a su favorito, al romántico don Gastón.